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Para Elisa
La infancia es el lugar donde nacen nuestros sueños. Nos deja para siempre una herencia intangible de valores, de ideales, de deseos a los que íntimamente no podemos renunciar cuando en el mundo adulto sean otras las circunstancias que nos rodeen.
Cuando era niña y vivía en Sevilla, esperaba con ilusión las visitas de mis tíos y mis primos. Venían nada menos que de Canarias, de La Palma primero, luego de Tenerife. Y llegaban con sus once hijos lo que a mí, hija única, me parecía el colmo de la felicidad. Mi tío, Plácido, era admirado en mi familia como un hombre modélico. Alguien íntegro, honesto, inteligente, capaz. Una persona comprometida allí donde fuera, que repartió su vida entre Canarias y Andalucía, en el sentido inverso al que yo lo he hecho. Ayer me quedé un poco más huérfana de esa infancia de ideales, de compromiso ético. Ayer murió mi tía Elisa, la mujer de mi tío, ya que la palabra viuda no casa con mis recuerdos de infancia. Mi memoria guarda cosas muy entrañables de ella, la manera tan normal con la que me recibía en su casa, como si fuera una más, las tartas de galletas con chocolate en los cumpleaños, su capacidad para apoyar a sus once hijos y, sobre todo, su infatigable forma de dar aliento a mi tío, un hombre de carácter, estricto, a quien entregó su vida entera. Hoy las cenizas de los dos están en algún recodo del río Guadalquivir, no lejos de Coria. Y la herencia más valiosa que nos han dejado es el compromiso ético, tan necesario en nuestro mundo. Para mí se trata de algo que va más allá del legado político, es una escuela de vida. Y por eso en esta Brújula, que trata sobre educación, me permito recordarlos ahora.
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Etiquetas: Elisa Bartolomé, Placido Fernández Viagas, Andalucía, canarias, infancia, valores
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